viernes, 24 de julio de 2015

CNBA: la creación entre el conflicto y la inercia

Toda institución se sostiene en una cierta construcción de identidad asociada a tradiciones y costumbres, marcas de origen de los órdenes más diversos, ideales explícitos y tácitos, reglamentaciones y legalidades, mecanismos de representación y márgenes de disputa que pueden poseer mayor o menor dinamismo. En el caso de un colegio y, en la particularidad del CNBA, estas características cobran una dimensión problemática.

La identidad “oficial” del Colegio de la patria está, a priori, en estrecha relación con el discurso que sostiene esa denominación. La patria es la patria de la generación del ochenta, del Colegio que funciona como emblema del enciclopedismo decimonónico y de los intereses de las clases dominantes de la Argentina: elitismo, eurocentrismo, latín, griego, francés, premios Nobel y acá se viene a estudiar.  Pero también hay otra identidad: la del Colegio que se quiso transformar a sí mismo, y que la militancia estudiantil a través de las décadas luchó –y lucha- por conseguir.

El Colegio Nacional de Buenos Aires alberga dentro de una misma majestuosidad edilicia un conglomerado de conflictos que hacen difícil la posibilidad de establecer parámetros comunes en cuanto a una posible definición de su naturaleza identitaria. Es cierto que no hay nada más complejo que la determinación de una identidad –cualquiera sea-, y que tratándose de una institución con una historia robusta en materia de intereses en pugna y luchas ideológicas de los más variados signos, la tarea se vuelve prácticamente imposible (más allá de torpes esbozos de significantes como “excelencia académica” o “meritocracia”, por nombrar dos ejemplos ilustrativos que no escapan a su inscripción en ciertas corrientes retórico-ideológicas).

En este sentido resulta innegable que, pese a la dificultad por describir su esencia –suponiendo que la hubiera- o, mejor dicho, por la imposibilidad inherente a esa tarea, la inercia es una característica distintiva de la institución.

La identidad, entonces, se falsea gracias a la inercia -resultado forzado de los conflictos- que produce una unidad artificial y atenuante de la disputa.  

Todo intento de cambio choca contra alguno de los discursos –inconciliables entre sí- sobre lo que es el CNBA, de modo tal que si para una postura A una determinada propuesta está en sintonía con los principios del Colegio, para B será una traición a las premisas estructurantes del mismo. Ante esa situación, una burocracia sólida se abocará a hacer que dicha propuesta (inevitablemente conflictiva) termine reducida a papeles archivados en el fondo de los cajones del olvido, de modo tal que todo continúe inalterado.

La inercia, se dirá con razón, tiene su aspecto “útil” y su reverso indeseable: por un lado, permite una relativa atenuación del conflicto mediante su permanencia en un estado de equilibrio inestable, mientras que obstaculiza toda solución a los problemas existentes. Dichos problemas, vale la aclaración,  se reconocen desde todos los sectores: la cantidad de alumnos libres, la necesidad de pensar nuevas estrategias pedagógicas, la reforma de los planes de estudio, etc.

La negación de todo tipo de transformación profunda por el peso inercial del status quo es un problema estructural del Colegio que, a juicio de quienes escriben, amenaza los intereses de todas las partes involucradas y, fundamentalmente, pone en riesgo la relativa estabilidad que hasta ahora se había logrado mantener.

¿Por qué en el último tiempo la situación se ha vuelto particularmente crítica?

Quizás –no deja de ser una conjetura, pero cómo intentar responder sino a través de ella- porque el CNBA se encuentra frente a conflictos en gran medida inéditos, que requieren de estrategias innovadoras que mediante la inercia burocrática y política (y decimos política porque la burocracia responde a una configuración de la dinámica institucional que es eminentemente política e incumbe por igual a estudiantes, docentes y autoridades) resultan imposibles de implementar.

El nivel de consumo de drogas legales e ilegales entre los estudiantes es preocupante, y se inscribe en un contexto cultural donde el exceso y el borramiento de los viejos andamiajes de estructuración simbólica son elementos constitutivos centrales. La falta de contención, la exigencia académica desprovista de toda contemplación de la formación humanística y social, de preocupación por el otro y por el cuidado de uno mismo, hacen que el Colegio reproduzca prácticas vetustas que no dan respuesta al contexto contemporáneo ni a las necesidades específicas de sus estudiantes.

Al mismo tiempo que la salud emocional y física de los alumnos escapa al interés institucional, la tan enarbolada excelencia académica muestra su deterioro en la exuberante cantidad de estudiantes que pierden la regularidad o se llevan materias a las mesas de examen de diciembre y marzo.

Ninguno de los dos grandes discursos mencionados al comienzo supone que este escenario se condice con sus aspiraciones. Podríamos decir que existe una identidad del colegio reprimida que, aparentemente, no es representada por nadie. Sin embargo existe y se hace evidentemente visible para todos, irrumpiendo en esta disputa identitaria explícita.

Es esta identidad incómoda y negada, la que amenaza el equilibrio inestable de carácter inercial que viene resistiendo al tiempo: la identidad degradada desborda un esquema obsoleto que no la puede incluir en ningún discurso existente.

En un marco como el descripto, las tensiones políticas y la problemáticas mudas impiden dar lugar a instancias reales de debate, intercambio y creación conjunta de alternativas La intransigencia alentada por un sentido épico de ciertos sectores dominantes de la militancia estudiantil, junto con la necedad y la indolencia que se desprenden de las actitudes y acciones de las autoridades, configuran un escenario en el que resulta extremadamente compleja la instrumentación de medidas que afecten de lleno las problemáticas actuales.

Somos conscientes de que del breve desarrollo de las encrucijadas mencionadas no se deriva un mecanismo de resolución claro de los conflictos y los problemas urgentes que señala la coyuntura.
En definitiva, nos encontramos en el eterno litigio entre creación, conflicto e inercia, con el agravante de que la inercia no está pudiendo contener los síntomas cada vez más pronunciados de cuestiones relegadas por demasiado tiempo…

Escribimos sobre un colegio y sentimos que estamos escribiendo sobre cuestiones que van mucho más allá de una institución educativa. Se trata, sospechamos, de los conflictos humanos: de la política, del orgullo, de la voluntad de trascendencia, de la rebeldía, de la nostalgia, de la búsqueda. La sombra de lo infranqueable, del límite, de la irreductibilidad de las disputas en su trasfondo más elemental, amenaza con el derrotismo. Pero, también, tomar noción de la complejidad de los problemas es una condición necesaria para vislumbrar transformaciones posibles. La fuerza de lo inercial siempre acecha, y es contra ella donde se despliega el mayor de los desafíos. La pretensión de una solución única y salvadora no deja de ser una fantasía imposible y mesiánica. Sin embargo, la renuncia a toda posibilidad de cambio resulta igualmente inconducente.

Compartir estas palabras en su naturaleza intempestiva y sincera es la humilde apuesta a la que nos abocamos. Confiamos en la potencialidad de lo escrito para producir diálogos, interrogantes y compartir anhelos que puedan traducirse en las voces de cambio tan necesarias para emprender los caminos sinuosos del porvenir.

Julián Doberti y Rocío Palacín, julio de 2015